Escucho que alguien baja las escaleras y sé que es Ana. Ya lleva unos días con nosotros y más o menos conozco sus horarios y el ruido de sus pasos. Me da alegría ese efecto que tiene convivir en la misma casa: aprender a conocer a los otros a través de sus gestos.
Yo ya estoy desayunando en la barra y espero ver la cara de Ana en cualquier momento pero, justo cuando va a aparecer en la cocina, se confunde y se mete sin querer en el cuarto de baño. Está todavía bastante dormida y nos reímos comentando la jugada. Ana dice que ha dormido bien, muy bien. Le digo medio en broma que es el efecto Bamako.
Supongo que es una mezcla de todo… Es verdad que con los colchones no hemos escatimado, que las noches son frescas, que los despertares son más suaves si solo se oyen los pajaritos. Pero también es verdad que la gente simplemente se relaja y se va relajando cada vez más conforme pasan los días en Bamako. Y esa relajación se contagia. No nos entendáis mal, aquí en Bamako se trabaja. Y raro es el día que no hay alguien de excursión, o bañándose en las pozas, o practicando arborismo aquí al ladito, o visitando otros pueblos del Parque o tramando algún juego en la biblioteca… pero tal vez de otra forma. No se grita, no hay carreras apresuradas, el tiempo parece dilatarse entre minuto y minuto. Siempre hay un instante más para una conversación. Es la sensación de que el mundo puede esperar, si hay un buen motivo para demorarse. Y lo mejor es que suele haberlos.
¿Por qué es tan difícil eso mismo en muchas ciudades? No descubrimos nada: horarios de transporte, gestiones en una punta y otra de la ciudad o gente que solo dispone de un ratito para nosotros. Y aquí es algo diferente. Bamako tiene algo de retiro: trabajas, pero el entorno te hace desconectar; madrugas para subir a Navalperal, pero luego duermes la siesta a pierna suelta; adelantas faena el martes para poder pasar el miércoles fotografiando el pueblo. Y, de repente, cuando llevas unos días sin todas esas ataduras de horarios y obligaciones, la mente empieza a despertar. El efecto Bamako también son finales de cuentos que estaban atascados en nuestra cabeza. Es la imagen que te inspira para crear un logo. Es la persona con la que necesitabas toparte para dar forma a un proyecto. Es el paseo por el bosque donde se te ocurre cómo darle la vuelta a todo para que ahora sí encaje.
Eso queríamos decir con «vivir lentamente». También habríamos podido titular «vivir profundamente», pero lo mismo habría valido «vivir con ligereza». Es más fácil de sentir que de nombrar; probablemente todos lo hemos sentido alguna vez.
Ana viene de perderse «un poco» por el cañón del río Segura. Llega muy cansada y sonriente. Se le ha pegado algo el sol, pero todo perfecto. Una buena ducha, un rato de charla con una cerveza y mañana será otro día. Seguramente vuelva a confundir la cocina con el baño, pero da la impresión de que le importa bien poco…